Tener un conocimiento básico y práctico de nuestra alma y nuestra personalidad, y ser conscientes de su voluntad dinámica espiritual, nos ayuda a alinearlas de tal modo que podamos experimentar la sensación de estar viviendo la misión de nuestra alma. Se accede a la personalidad mediante el intelecto, las sensaciones y los sentimientos. Al alma, en cambio, se accede mediante la intuición.
Cuando una personalidad alcanza su pleno equilibrio, no podemos ver dónde termina la personalidad y comienza el alma. Estamos ante un ser humano íntegro.
La misión del alma es siempre aquello que, según nosotros mismos, no podemos hacer. Es nuestro camino de crecimiento, la finalidad singular y distintiva que representa nuestra realización. La misión del alma se convierte en un viaje hacia nuestro potencial máximo para transformarnos en algo que nunca hemos sido; es algo diametralmente opuesto a nuestra zona de comodidad.
Cada uno de nosotros lleva ciertas tendencias y cuestiones específicas de una vida a la siguiente por la simple razón de que están sin resolver. Una vez aprendidas las lecciones que el alma necesita aprender, no tendremos por qué arrastrar ese “equipaje kármico” a la siguiente encarnación.
A diferencia de nuestra personalidad, el alma no juzga, no evalúa las experiencias clasificándolas como positivas o negativas: lo que le interesa es si son nuevas o viejas. El alma quiere exponernos al descubrimiento, ofreciéndonos sin cesar nuevas experiencias y comprensiones intuitivas que nos conducirán hacia la próxima encarnación.
La principal razón por la cual tememos el cambio es que, consciente o inconscientemente lo consideramos equivalente a la muerte. Nuestra mortalidad es la gran transformación, pero la mayoría la ve como un final más que como un nuevo comienzo.
Quienes tienen miedo al cambio suelen decir que se sienten como si hubieran perdido contacto con su centro espiritual; sin embargo, estar en contacto con nuestra energía espiritual forma parte del viaje de nuestra alma hacia el descubrimiento, el cambio y la novedad. Si no nos permitimos continuar este viaje, nos estancamos. Un viaje implica movimiento, y aquellos que se niegan a actuar viven paralizados por su miedo al cambio, por su temor a encontrarse en un territorio que les desconocido.
Tres razones por las que tememos o detestamos el cambio:
a) La mayoría de nosotros lo equipara a la muerte.
b) Nos enseñaron que es mejor dejar las cosas como están.
c) No es un proceso lógico, sino emocional.
sábado, 12 de octubre de 2013
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